miércoles, 28 de febrero de 2007

Slow


De vuelta al mundo de los vivos y los asalariados, vivo ralentizado y no consigo caminar todavía al ritmo de los otros. Todo pasa despacio y sólo quiero observar esa lentitud. Me hablan y no alcanzo a contestar, la palabra aflora pero ya se han ido. Quiero parar y sentir como se conecta un segundo con el siguiente. Sentir que no hay saltos bruscos de un momento al siguiente. No hay frontera entre lo accesorio y lo necesario, entre lo práctico y lo inútil, entre inspiración y espiración.
No quiero bajarme de aquí. No quiero jugar a vuestros juegos. No quiero ensuciarme. Dejadme saborear los aromas finales de esta fiebre bendita.

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lunes, 26 de febrero de 2007

Falling



Enfriamiento o gripe, me han dado una tregua temporal de la vida. Dormidos libido y apetito, la apatía ocupa todo y me rindo a los best-sellers. Aunque sé que mañana todo continuará, en este instante casi nada tiene sentido. Aquí encerrado, la calle, la gente, no son más que una ilusión. Un beso de chocolate me devuelve a la realidad. Pero me quedo solo y rozo la frontera. Algunos que la cruzan ya no vuelven. De contribuyente a dependiente. Está oscuro y hace frío. Y ya no huele a nada. Las flores a punto de marchitarse.
Débiles. Somos débiles a pesar de máscaras y armaduras. La primera debilidad es la fragilidad del cuerpo. La segunda, prima-hermana de la primera, es la fragilidad de las emociones. Todo sustentado en una precaria estructura que al menor síntoma de cambio climático se derrumba. También emitimos CO2 invisible que puede minar nuestras relaciones. En este caso el resultado a largo plazo es enfriamiento. Hace frío.

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martes, 13 de febrero de 2007

Ogro



Los azules ojos saltones están a punto de salirse de sus órbitas enrojecidas. Extraña mezcla de hielo y fuego. Mientras me dispara su discurso atropellado apelando al bien común, me hace a mí responsable de que todos la vean como un ogro. Una parte de mí desearía responderle con argumentos. Otro lado se deja vencer por la pereza desde la convicción de lo inútil de intentar dialogar con quien es sordo. El incidente apenas logra desestabilizarme, pero después cuando escucho mejor empiezo a encontrar humanas reacciones de defensa. Alguien desde dentro de mí grita calladamente, proyectando insultos en silencio, y otro alguien siente pena al verle desperdiciar tal caudal de energía en nimiedades. Procuro liberar la rabia escribiendo.
Su mundo mísero proyectado a través de su reacción despierta en mí un gran interrogante. Casi puedo sentir la interrogación con el punto apoyado en mis zapatos y abierta hacia la izquierda rozando mi cabeza con su extremo. Me encojo de hombros, escucho, me llevo sobre las espaldas la dosis de mierda que me ha escupido, asiento con la cabeza, ella se marcha con el rabo entre las piernas, dejo pasar unos minutos, y salgo para casa dispuesto a cerrar una puerta y abrir otras, las que justifican por el momento que tenga que convivir a diario con el ogro que habita el despacho de al lado.

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jueves, 8 de febrero de 2007

Madrid (2)


Y ese cielo azul intenso se va abriendo paso y te va conquistando, y lo echarás de menos sabiendo que no podrás contemplarlo desde el patio interior desde el que respiras mientras trabajas. Pero afortunadamente la primavera está a la vuelta de la esquina y cuando acabas la jornada aún es de día. Así que aún puedes saborear todavía un cachito de atardecer. Entonces observas ese edificio ahora dorado que alberga los libros más preciados, ese que te ha regalado algunos momentos emotivos escondidos en la muestra de Ayala o en aquella de los bibliotecarios anónimos que apostaron por la literatura cuando otros apostaron por las balas. Y entonces vuelves a respirar.


Y te vas cruzando con esos ciudadanos perdidos en las aceras y en los andenes, que se sienten solos en medio de la multitud, a los que a veces miras con curiosidad, deseo, perplejidad, precupación, ternura... y una gorda de Botero en medio de tu camino se contempla coqueta en el espejo.


Y llego a casa. El camino de retorno me devuelve al remanso que la vida nos ha regalado para continuar encontrándonos. Allí me despide el atardecer, recupero fuerzas, asimilo lo vivido, escribo esta entrada, y tomo conciencia de la fortuna que supone estar al fin donde quiero estar, con quien quiero estar, como quiero estar.

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martes, 6 de febrero de 2007

Madrid (1)










En el camino de casa al trabajo y del trabajo a casa da tiempo a experimentar las emociones del viaje (interior, claro está) y descubrir a la persona que habita dentro de uno cada día. Si tienes la suerte de hacerlo bien despierto, como yo, milagrosamente, una vez que salgo por la puerta y emprendo el camino, encuentras la oportunidad de observar la ciudad a tu alrededor, esa ciudad que te ha regalado el mejor año de tu vida, y en esa ciudad enmarcas la montaña rusa en la que vives. Como un extraño la mayoría de los días, vuelves a nacer desde sus brazos, desde su cara de sueño, desde ta taza de café que se vuelca sobre la mesa, sobre las buenas noches y las preguntas que quedaron sin contestar, y afrontas el camino de ida sabiendo que a la vuelta antes o después encontrarás una sonrisa o un tequiero.
Sales del metro y el alba te regala su luz blanca y rosácea impregnada en el agua de las fuentes.


Después te observas mínimo y gigante a la vez bajo las torres que marcan, como banderas, los lugares que constituyen el mapa de tu día a día, y ahora que las oficinas han sustituido alminares y campanarios, vuelves a echar de menos la espiritualidad de la que antes renegaste y a reencontrar el deseo de trascender.


Cuando ocupas tu lugar, ese que te ha permitido estar aquí y a vez te encorseta, ese que no te está dejando crecer, como la planta que tienes allí y que lleva algunos meses pidiendo un tiesto más grande, al menos tienes el consuelo de esa imagen en la pantalla que te trae los recuerdos más bellos, cuando descubríais juntos la ciudad imposible donde realidad y sueño se confunden.

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