Sicilia
La isla se ha desplegado ante nosotros como el espacio de encuentro y batalla de culturas que ha sido y que la han impregnado de olores, colores, caos y belleza. Fenicios, griegos, romanos, árabes, normandos, aragoneses... dejaron su huella de crueldad y esplendor que ha permanecido hasta hoy para sobrecoger al visitante. La ola de calor que nos acompañó no fue motivo suficiente para desalentarnos más que momentáneamente. No obstante, el descubrimiento de las bebidas isotónicas como remedio frente a la deshidratación permitió aumentar nuestra resistencia y elevar el ánimo considerablemente cuando el desfallecimiento aparecía aplastante. Ahora el recuerdo del calor es apenas recordado, desplazado por la memoria de lo bello.
Sin duda la huella helenística y romana nos plantean la cuestión de los avances y retrocesos a lo largo de la historia de la humanidad. Cuando el equilibrio ha trascendido la arquitectura y nos envuelve y fascina después de dos mil años...
cuando la expresividad que el artista desconocido impuso a los mosaicos destinados a ser el suelo por el que caminaban los poderosos se anticipa al renacimiento...
cuando los personajes femeninos se mueven libremente por el espacio y practican deportes que nos hacen imaginar la posible independencia que disfrutaban estas mujeres y todo esto desde la modernidad más absoluta...
uno vuelve a dudar si no está todo ya inventado.
Pero sobre la Sicilia de la serenidad y el equilibrio arquitectónico de Segesta, el Valle de los Templos, Selinunte y la Villa Romana del Casale, Monreale normanda y bizantina,
y su equivalente barroca de Noto,
domina la Sicilia caótica y abrumadora, a veces desasosegante y a veces hilarante, de Palermo y el Mediterráneo, la ropa tendida en los balcones,
las carreteras, las calles, los cruces, las líneas continuas invisibles, las señales de Stop colocadas a título meramente orientativo, las bodas, la religiosidad naïf de neón, flores de plástico y estrellas de papel de aluminio en las esquinas,
la pasta servida con los mejores frutos del mar, los deliciosos helados y “granite” que saben más a fruta que la fruta, los efebos con su elegancia soberbia, morena y masculina, el café “ristretto” restringido a la mínima expresión y el máximo sabor, el refrescante vino blanco con su toque espumoso, la costa recortada que abalanza su geografía imponente sobre el mar,
los bañistas para los que no supone ningún problema la escasez de playas, y Cefalú, las calles de Cefalú, que como en un sueño, se precipitan hacia el mar protegidas por su catedral en busca de esa playa irreal cuyo recuerdo estoy seguro me confortará y ayudará a evadirme en los momentos tórridos, redundantes y prescindibles que sin duda me deparará el próximo año.