miércoles, 22 de noviembre de 2006

Amor sin sexo (bis)

Tras leer el post de S. Roncagliolo "Amor sin sexo" publicado en
http://blogs.elboomeran.com/roncagliolo/2006/11/amor_sin_sexo.html
esto es lo que pensé...
Es verdad que cada día tengo que jugar a quitarme de encima el ropaje de amor de cuento que me ha inculcado ésta mi cultura, y dejar en blanco la página para que lo que se escriba se escriba sin deformidades y sin plantillas. Esa escritura libre del capítulo de la historia de amor que articula mi vida me sorprende, me frustra, me hace babear o me conmueve. A veces me hace despertar de los nervios porque una voz me dice a gritos que me olvidé dejar dentro anoche el tendedero y seguro que la ropa está toda mojada. Otras veces me hace poner cara de corderito cuando me besa donde sabe que no sabré resistirme. En otra ocasión me derrite su ternura, y no necesariamente porque esta ternura vaya dirigida a mí. En la página de mañana es posible que encuentre un nuevo recoveco que me desconcierte o me haga sentir básicamente feliz. Esta historia en blanco de cuyas expectativas en forma de titulares idealizados trato de liberarme cada mañana me lleva a sentir a veces que todo lo que viví antes no fue más que una preparación para el día de hoy. Otras veces dudo de mí mismo, de mi competencia para vivir la vida de forma razonable, cuando me siento impotente e incapaz de descifrarme, de descifrarte, de descifrarnos. Es verdad que más allá de las pulsiones de la etapa que precede a la madurez (aunque a veces esa etapa se extienda y parezca no tener fin), más allá, está el amor. Entonces el amor es el instinto (y por tanto en absoluto es raciocinio), y no sabemos, no sé todavía, qué es lo que hay más allá. Cada día que pasa me siento más ignorante, aunque algo sí creo estar aprendiendo: a comenzar cada día una página en blanco, sin esperar que nada ocurra como debiera, como esperamos, como me gustaría que ocurriera, o como se supone que debería ocurrir.

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domingo, 19 de noviembre de 2006

fin de semana


Abres las ventanas y dejas entrar aire fresco de ese tan necesario. Risas jóvenes, caras nuevas, sorpresas y descubrimientos. Ahí mismo, al otro lado, la luz se descompone en mil colores y merece la pena salir de uno mismo y encontrar(se). Vivir es observarse a través del otro, y observar al otro y regalarle el abrazo que merece. Al final queda el deseo de instalarse en el fin de semana, maldice uno la noche del domingo, es inevitable anticipar con qué indeseable tendrá que lidiar uno mañana en el trabajo... y brilla aún más el recuerdo del santo sábado, ahora idealizado, pero real, en la retina, en el sabor de boca, en el corazón, en la sonrisa.

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