sábado, 22 de marzo de 2008

Tentación


La tentación habita a nuestro alrededor, en el piso de arriba, en la puerta de al lado, entre las piernas y en el estómago. Forma parte de la vida y a todos nos pone en serios aprietos. En el cuadro de Zurbarán visto desde el siglo XXI apenas apreciamos tentación en esas aparentemente pacatas jóvenes, pero el desnudo e inabarcable cuello de la primera dama invitando a ser mordido y el lazo rojo de su vestido pidiendo ser desatado sugieren que hay mucha más emoción contenida en esa misma escena de lo que parece. Del mismo modo el mundo está lleno de resistencias al deseo cogidas con alfileres, de zarzas a punto de arder y consumirse, basta una chispa para que el fuego se extienda y la voluntad ceda. Tentaciones las hay de muchos tipos, pero las sexuales son sin duda el paradigma. No conducen a nada, y libres por fin de la faceta reproductiva, son inútiles en sí mismas. El placer y el orgasmo no son nada rentables, no elevan el PIB ni la productividad de los trabajadores, no cohesionan a la sociedad ni enriquecen su acervo cultural, y sin embargo todos estamos en sus manos. Arriesgamos mucho por ceder a nuestros instintos quizás arrastrados por nuestra herencia genética, nuestras hormonas, por nuestras experiencias o nuestras carencias más tempranas, a cambio de un hipotético instante de placer. La iglesia católica se ha erigido desde siempre en adalid del autocontrol frente a las amenazas a su cuadriculada y antinatural moral, por más que a veces intentaran cuadrar el círculo tratando de justificar lo injustificable en virtud de un supuesto orden natural cuando convenía. Pero la hipocresía de los que pretenden poner puertas al campo del deseo se vuelve contra ellos cada día. Seremos más felices si nos dejamos caer periódicamente en la tentación y vamos desminando el campo de nuestra vida plagado aunque no lo creamos de culpas que otros sembraron.

Las tentaciones de San Jerónimo. Francisco de Zurbarán. 1640-1643. Monasterio de Guadalupe.
Hasta el 30 de marzo en la Capilla del Palacio Real. Madrid. Exposición "Caminos a Guadalupe. Guadalupe en Madrid".

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domingo, 16 de marzo de 2008

Vista cansada


Así se llama el último libro de Luis García Montero, aquel a quien descubrí en Granada durante mis años de estudiante a finales de los 80. Su Diario Cómplice me acompañó y se convirtió en la universidad de mis emociones.

Rojo temblor de frenos por la noche,
así sueño el amor, así recuerdo (...)


Con él aprendí a sentir y poner nombre a mis anhelos. Le escuché leer sus versos muchas veces en recitales públicos, la mayoría de veces para conmemorar causas perdidas, abriendo entonces una puerta que ya nunca se cerraría. La poesía se convirtió entonces en algo tangible, la vida y la poesía eran ya la misma cosa, la ciudad era toda ella una metáfora y sus luces y sus sombras se transformaron en señales de algo mucho menos obvio.

Sospechan de nosotros. Ha pasado
el primer autobús, y nos sorprende
en el lugar del crimen,
desatados los cuellos y las manos
a punto de morir, abandonándose
Nos da el alto la luz,
sentimos su revólver por la espalda,
demasiado indeciso,
su temblor en nosotros, encubierto
bajo el pequeño bosque de las sábanas.

¡Corre!
¡Coge el amor y corre cuerpo adentro!
Hay un desfiladero sin leyes en los labios,
un laberinto ardiendo de salidas.
Mira tu corazón o tu cintura,
ese castillo en alto
que mis muslos coronan como un lago de niebla.

¡Corre!
Atiende sólo al viento de la piel
pasando y regresando.
Y que suenen las ráfagas,
que suenen los disparos,
que las sirenas suenen a tu espalda.


Este poema me evoca los mejores momentos de los Sonetos del Amor Oscuro, revividos y actualizados en pleno centro de la ciudad en la que vivo. No en vano, es hijo de Lorca, pero también de Alberti y de Gil de Biedma, y nieto de Rimbaud y Baudelaire. Nunca le he sido infiel desde que le conocí (en el sentido en que yo entiendo la infidelidad, claro está, que no es el estándar). Ahora renueva su compromiso con la vida, con la literatura, con lo social, en este nuevo libro y sigue siendo él mismo, igual de joven, igual de fresco y cercano, igual de claro y de profundo, aunque esté presto a cumplir el medio siglo.

He hablado con la muerte por teléfono
y he recibido e-mails de amor que se borraron
sin dejar una lágrima de papel amarillo.
Nadie olvide los tiempos, pero nadie se engañe:
al final sólo importan el amor y la muerte.


Aunque no soy filólogo ni experto, mi intuición de lector me está diciendo que el uso de un lenguaje rabiosamente moderno no le hace perder un ápice de rigor, de perfección estética, de profundidad en la reflexión sobre los temas de siempre. Esta autobiografía cargada de guiños a sus amigos, lugares y seres queridos, viene cargada de perlas escondidas entre los pliegues de sus versos, de páginas como las de un libro de esos para niños que al abrirlas extienden un castillo sobre nuestras manos. Confieso que estoy ansioso por devorarlo y degustarlo.

Entrevista en El País
Crítica de "Vista Cansada" por J.C. Mainer

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lunes, 10 de marzo de 2008

Modigliani

Me pregunto por qué hace ya semanas que no escribo nada aquí. Una parte de mí se resiste a mirarse en este espejo y encuentra excusas para no pensar, para no seguir buscando, para continuar holgazaneando. En este momento esa parte de mí sólo desea satisfacciones inmediatas, canciones fáciles y relaciones poco complicadas. Un adolescente caprichoso, frívolo y voluble me domina y me pervierte.

Esta rueda que me trae sentimientos dispares, cada día me catapulta hacia el entusiasmo primaveral para luego sepultarme bajo un torrente de justificaciones otoñales que me paralizan. Cuando crees que estás iniciando un nuevo capítulo te sorprendes dando dos pasos atrás.

La vida tiene estos vaivenes continuos que desconciertan a cualquiera.


Me pregunto por qué lo último que escribí aquí hablaba de la muerte. Por qué teniendo conmigo lo más importante me asaltan la melancolía y la apatía. Bebo la energía de los demás, camino un corto trecho y me agoto. Esta insatisfacción permanente me cuestiona y sin embargo no me decido a poner mi vida patas arriba, a explorarme, vaciarme, renovarme… más bien me doy la espalda y adopto la actitud del avestruz.

Mis ganas de trabajar hoy están a cero. De hecho escribo desde el trabajo. Lo que hago aquí ha perdido todo el sentido. Mi papel aquí tiende cada día más hacia la despersonalización y ya apenas hago nada que no pudiera hacer cualquiera. Mi contribución a esta empresa es mínima. Esta empresa ya no es la mía. Me siento aquí como un visitante. Como un observador externo exento de ilusión.

Modigliani debió vivir una vida intensa, aunque corta. Rodeado de seres vitalistas y creativos, arrebatado de pasiones, de deseo, supo canalizar su energía a través de su arte y como tantos otros grandes permanecer con nosotros a través de su obra. Hoy pareciera a través de sus fotos que vive todavía con nosotros.



La luminosidad que emana esa piel anaranjada transmite una fuerza que la hace inmortal. La imagen estilizada y elegante me sumerge en la belleza que conecta con lo clásico y a la vez me está mostrando algo nuevo que no existía hasta que él llegó, y a pesar de que no dejara de recoger tantas influencias (Toulouse-Lautrec, Cézanne, Picasso, el escultor Brancusi…) supo crear un estilo único. Obviamente Modigliani no es un modelo de equilibrio, sino más bien el prototipo de bohemio con una vida consagrada al exceso y el desenfreno, el típico personaje de economía y salud descuidadas. Para nada representa el concepto de hedonismo responsable y equilibrado al que yo aspiro. Sin embargo anhelo para mí la energía que todavía desprende su obra, su lucidez, su mirada adelantada a su tiempo, su espíritu vital, renovador, insaciable.


El hombre que no es capaz de extraer continuamente de su energía nuevos deseos, e incluso un individuo nuevo, ni de derribar todo lo que queda viejo y podrido para reafirmarse, no es un hombre: es un burgués, un boticario, un cualquiera.
Amedeo Modigliani, 1905


Modigliani y su tiempo. Museo Thyssen-Bornemisza Madrid. Hasta el 28 de Mayo de 2007.

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