miércoles, 14 de mayo de 2008

Soledades

Todos llevamos una historia con nosotros. Una historia de abrazos y de soledades. Son los abrazos que nos dieron. O los que no nos dieron. A veces esa historia encuentra la forma de un depósito de afectos que nos conmueve al removerlo. Para otros es un gran vacío. Para algunos un infierno que a duras penas se atreven a recordar. La sobrecogedora historia descrita en el reportaje Huérfanos de la barbarie nazi publicado en El País, y que me ha descubierto Vulcano, nos abre la puerta a los abismos junto a los que transitan tantas víctimas de guerras y tragedias. El choque entre las imágenes de los niños sobreprotegidos y sobrados de anoche en televisión embaucados por la promesa de un triunfo vacío y frívolo es brutal al contrastarlo con las escenas que José Luis Barbería perfila en su artículo. Son unos cuantos trazos de vidas desgajadas reiteradamente de sus sucesivas raíces. Algunos de ellos no son capaces de confesar lo que vivieron. Otros encontraron a los que creen sus progenitores y entonces son estos los que no se atreven a confesar. El desarraigo debe producir una profunda sensación de soledad. Como matojos a merced del viento estos niños rodaron por el mundo hasta encontrar su lugar. Sorprenden las personas altruistas que pensaron en ellos cuando serlo no estaba de moda y considerando los riesgos más que elevados que corrieron. Cuántas historias y cuánto dolor permanecerán sepultadas todavía. Cuántos seres humanos morirán con la conciencia de las crueldades inflingidas, las muertes innecesarias, los hijos arrancados, la dignidad perdida. Recuperar la memoria es necesario para devolver esa dignidad a quiénes se la arrebataron. Reescribir esas historias truncadas es poner orden en las conciencias y recolocar a cada cual en el lugar que le corresponde.

martes, 6 de mayo de 2008

Estambul

Estambul me ha dejado un fondo de melodías turcas y sefardíes y en la retina un derviche girando sobre su eje con sus brazos místicos que se elevan lentamente viviendo un presente infinito.



He contemplado un país ante el reto de hacerse a sí mismo y alcanzar su mayoría de edad. Distintas comunidades que conviven físicamente aunque muy alejadas culturalmente, mujeres de edad imprecisa vestidas de negro de la cabeza a los pies frente a jóvenes seductoras con ropa ajustada. Un país emborrachado de orgullo nacional con banderas por doquier y un 1º de mayo con todas las plazas públicas tomadas por la policía. Los guardianes del orden, porra en mano todo el tiempo, disuaden a sindicalistas de hacer la más tímida insinuación. Vimos una ciudad que revela diferentes pulsos, estado laico versus sectores religiosos, policía y ejército frente a ciudadanos, consumismo frente a espiritualidad, Oriente frente a Occidente… Pasear por los barrios estambulíes, ir pasando de uno a otro y apreciar los contrastes, es como asomarse al cráter del volcán que amenaza al mundo en el siglo XXI, ver de cerca las tensiones globales no resueltas.



También me ha quedado una sucesión de bellas postales en esa diadema de mezquitas que coronan las colinas, y el rotundo impacto al revisitar su basílica de 1500 años que desafía a la gravedad y te hace dudar de la no existencia de dios, al elevarse sobre el vacío y empequeñecer a los seres humanos que la recorren admirados.



Haber leído a Pamuk antes de ir ha sido como visitarla de la mano de un viejo amigo, como esos chicos cogidos del brazo que veíamos por la calle Istiqlal entre las masas de jóvenes ociosos, y me ha permitido captar la amargura que encierra una ciudad venida a menos, pero también la vida que late en su frenético fluir hacia no se sabe bien donde, y el reto que tiene ante sí de elegir el suicidio que supondría un retroceso o estancamiento en el acceso a las libertades individuales y públicas, o cruzar definitivamente esa puerta que sólo está entreabierta de momento...



Reseña sobre Estambul de PamuK:

Locations of visitors to this page