¿Qué más puedo pedir?
Se marchó la joven coqueta para siempre. Si tuviera que responder a la pregunta de quién me enseñó a amar, contestaría sin dudar que fueron mi madre y ella las responsables. Ternura sin límites de una mujer como tantas sostén de una familia numerosa durante la postguerra. Una vida de trabajo y sacrificio no dejó en ella espacio para la queja ni el rencor. Sólo había lugar para afecto, sonrisas y esa pizca de sobreactuada coquetería que la caracterizaba. Se fue sin molestar, repartiendo besos y abrazos robados a la muerte. Cuando le dijimos adiós, afloraron lágrimas y risas a partes iguales. Los tres últimos en marcharnos vimos nuestro abrazo reflejado en un cristal, y ella no estaba ya detrás de ese cristal: estaba dentro de nosotros. Siempre lo ha estado. Descubrirlo me ha llenado de dicha: después de irse ha obrado esa magia de dejarnos serenidad junto a la tristeza, firmeza junto a la pérdida, plenitud junto al vacío, sonrisa junto al pesar. Existiendo nos ha hecho grandes. Capaces de amar y ser amados. ¿Qué más puedo pedir?
Etiquetas: personal
4 comentarios:
Lo siento mucho. Admiro cómo lo vives.
Un abrazo
Qué bonita despedida... aunque estas sean siempre tristes y definitivas, ojalá mucha gente pudiera afrontarlo con esas palabras que tú pones; no llorando porque se ha ido, si no agradeciendo lo que nos ha dejado.
Un beso grande
No creo que exista mejor manera de poner palabras al amor.
Un abrazo
Carlos,
Muchas gracias. Un abrazo grande
Nat,
Es curioso que lo haya vivido así, nunca lo imaginé... aunque ahora al pensarlo es coherente con lo que compartimos. Las lágrimas, el agradecimiento, la belleza en medio del dolor... todo vino a la vez.
Muchos besos
Santino,
Muchas gracias a ti por tus palabras.
Un abrazo
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