Las alas de la vida
Las alas de la vida, una película de Antoni P. Canet, ganadora del primer premio al mejor documental del Festival de Cine de Valladolid, cuenta la historia de Carlos Cristos, un médico de familia que, tras ser diagnosticado de una enfermedad degenerativa para la que no existe tratamiento, decidió regalarnos su testimonio como ejemplo de dignidad y serenidad, de inteligencia y humanidad. La peli es, entre otras cosas, un instrumento del protagonista para hacernos llegar una serie de mensajes que nos ayuden a vivir más plenamente y a integrar mejor la muerte como parte de la vida. Aunque emotiva, no es lacrimógena en absoluto, y aborda cuestiones para las que no todo el mundo está preparado. Posiblemente pasará sin pena ni gloria por la cartelera, con una recaudación mínima, y sin hacerse demasiado eco entre el público. El tema ya de por sí asusta y aleja a mucha gente. Las veces que últimamente me he aventurado a ver películas que tratan directamente sobre la muerte (como Mi vida sin mí, de Isabel Coixet, o la francesa C’est la vie, que aborda la relación entre un paciente y una voluntaria en una residencia para enfermos terminales) ha sido así. Sin embargo, es éste un testimonio que debería ser de obligada visión para todos los estudiantes de Medicina y por supuesto para todos los profesionales que pretendan dedicarse al campo de los Cuidados Paliativos. El trabajo del director ha sido bastante impecable, a la hora de reflejar desde el espejo de la cámara lo esencial de la vida de esta persona, desde el máximo respeto, sin estridencias, destacando los aspectos más vitalistas y profundos de su experiencia, completando un puzzle coherente, sincero y equilibrado.
Hoy me he sentido tan afortunado de haber conocido la historia de Carlos, de su generosidad a la hora de compartir sus vivencias y reflexiones, junto a las de su pareja, sus amigos y familiares, con los espectadores desconocidos como yo... Obviamente, el compromiso de esta persona viene de atrás, como se aprecia en los retazos de su vida que se muestran en la película, y al filmar sus últimos años, meses, quizás días, lo que ha hecho ha sido llevar su compromiso hasta el final, en todos los sentidos de “final”.
Precisamente esta semana en que no escribía nada en el blog reflexionaba acerca de mi vida en estos momentos. A veces parece que todo es un viaje hacia una meta y me olvido de disfrutar del recorrido. Así que me he parado para mirar alrededor a ver qué había. He recordado aquel adolescente que escribía en un bloc (con “c”, porque entonces no había Internet), y de repente me he visto viviendo una vida que entonces ni siquiera hubiera soñado imaginar, porque hubiera sido demasiado duro desear una vida como ésta que hoy vivo, aparentemente tan improbable desde ese lugar tan frío y extraño en el que residía. El otro día recordábamos tomando unos vinos cuántos de nosotros nos hemos sentido diferentes en un momento en que era primordial encajar con la norma para ser aceptado. Parecía que esa diferencia iba a ser una especie de condena de por vida. Y de repente hoy te despiertas cada día viviendo en alguna medida esa vida ideal. Por supuesto esta vida, vista desde aquí, está llena de carencias, frustraciones y necesidades no cubiertas... ¿Entonces..? ¿Por qué me olvido tan fácilmente de celebrar cada día esta vida que tengo?
Hoy me he sentido tan afortunado de haber conocido la historia de Carlos, de su generosidad a la hora de compartir sus vivencias y reflexiones, junto a las de su pareja, sus amigos y familiares, con los espectadores desconocidos como yo... Obviamente, el compromiso de esta persona viene de atrás, como se aprecia en los retazos de su vida que se muestran en la película, y al filmar sus últimos años, meses, quizás días, lo que ha hecho ha sido llevar su compromiso hasta el final, en todos los sentidos de “final”.
Precisamente esta semana en que no escribía nada en el blog reflexionaba acerca de mi vida en estos momentos. A veces parece que todo es un viaje hacia una meta y me olvido de disfrutar del recorrido. Así que me he parado para mirar alrededor a ver qué había. He recordado aquel adolescente que escribía en un bloc (con “c”, porque entonces no había Internet), y de repente me he visto viviendo una vida que entonces ni siquiera hubiera soñado imaginar, porque hubiera sido demasiado duro desear una vida como ésta que hoy vivo, aparentemente tan improbable desde ese lugar tan frío y extraño en el que residía. El otro día recordábamos tomando unos vinos cuántos de nosotros nos hemos sentido diferentes en un momento en que era primordial encajar con la norma para ser aceptado. Parecía que esa diferencia iba a ser una especie de condena de por vida. Y de repente hoy te despiertas cada día viviendo en alguna medida esa vida ideal. Por supuesto esta vida, vista desde aquí, está llena de carencias, frustraciones y necesidades no cubiertas... ¿Entonces..? ¿Por qué me olvido tan fácilmente de celebrar cada día esta vida que tengo?