lunes, 16 de abril de 2007

Las alas de la vida


Las alas de la vida, una película de Antoni P. Canet, ganadora del primer premio al mejor documental del Festival de Cine de Valladolid, cuenta la historia de Carlos Cristos, un médico de familia que, tras ser diagnosticado de una enfermedad degenerativa para la que no existe tratamiento, decidió regalarnos su testimonio como ejemplo de dignidad y serenidad, de inteligencia y humanidad. La peli es, entre otras cosas, un instrumento del protagonista para hacernos llegar una serie de mensajes que nos ayuden a vivir más plenamente y a integrar mejor la muerte como parte de la vida. Aunque emotiva, no es lacrimógena en absoluto, y aborda cuestiones para las que no todo el mundo está preparado. Posiblemente pasará sin pena ni gloria por la cartelera, con una recaudación mínima, y sin hacerse demasiado eco entre el público. El tema ya de por sí asusta y aleja a mucha gente. Las veces que últimamente me he aventurado a ver películas que tratan directamente sobre la muerte (como Mi vida sin mí, de Isabel Coixet, o la francesa C’est la vie, que aborda la relación entre un paciente y una voluntaria en una residencia para enfermos terminales) ha sido así. Sin embargo, es éste un testimonio que debería ser de obligada visión para todos los estudiantes de Medicina y por supuesto para todos los profesionales que pretendan dedicarse al campo de los Cuidados Paliativos. El trabajo del director ha sido bastante impecable, a la hora de reflejar desde el espejo de la cámara lo esencial de la vida de esta persona, desde el máximo respeto, sin estridencias, destacando los aspectos más vitalistas y profundos de su experiencia, completando un puzzle coherente, sincero y equilibrado.

Hoy me he sentido tan afortunado de haber conocido la historia de Carlos, de su generosidad a la hora de compartir sus vivencias y reflexiones, junto a las de su pareja, sus amigos y familiares, con los espectadores desconocidos como yo... Obviamente, el compromiso de esta persona viene de atrás, como se aprecia en los retazos de su vida que se muestran en la película, y al filmar sus últimos años, meses, quizás días, lo que ha hecho ha sido llevar su compromiso hasta el final, en todos los sentidos de “final”.

Precisamente esta semana en que no escribía nada en el blog reflexionaba acerca de mi vida en estos momentos. A veces parece que todo es un viaje hacia una meta y me olvido de disfrutar del recorrido. Así que me he parado para mirar alrededor a ver qué había. He recordado aquel adolescente que escribía en un bloc (con “c”, porque entonces no había Internet), y de repente me he visto viviendo una vida que entonces ni siquiera hubiera soñado imaginar, porque hubiera sido demasiado duro desear una vida como ésta que hoy vivo, aparentemente tan improbable desde ese lugar tan frío y extraño en el que residía. El otro día recordábamos tomando unos vinos cuántos de nosotros nos hemos sentido diferentes en un momento en que era primordial encajar con la norma para ser aceptado. Parecía que esa diferencia iba a ser una especie de condena de por vida. Y de repente hoy te despiertas cada día viviendo en alguna medida esa vida ideal. Por supuesto esta vida, vista desde aquí, está llena de carencias, frustraciones y necesidades no cubiertas... ¿Entonces..? ¿Por qué me olvido tan fácilmente de celebrar cada día esta vida que tengo?

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lunes, 2 de abril de 2007

Reserva de palabras


La Escuela de Escritores y la Escola d'Escriptura del Ateneo de Barcelona han puesto en marcha la iniciativa de apadrinar palabras para mantenerlas a salvo del empobrecimiento léxico y cultural al que asistimos. Me ha recordado conversaciones en mi época de estudiante con mi amiga Mercedes, en las que hacíamos apología del uso del lenguaje en toda su extensión frente a un fenómeno que empezaba entonces a extenderse, antes incluso de que existieran móviles o e-mails, que hoy, junto a la tendencia al mínimo esfuerzo y la pobreza intelectual, se han convertido en amenaza frente a especies en peligro de extinción. Aun a riesgo de ser tomados por pedantes o engreídos, mi amiga y yo nos reafirmábamos en la necesidad de utilizar y mimar las palabras que la historia nos ha regalado, y tantos se han encargado de ennoblecer a través de la literatura. Hoy pienso que el uso del lenguaje está íntimamente relacionado con la capacidad del ser humano para pensar, para encontrar soluciones, para crear mundos mejores, para ser feliz (aunque también para ser desgraciado).

Esta iniciativa me parece admirable, así que os animo a participar, votando mi palabra si os gusta, y proponiendo las vuestras.

Yo he apadrinado la palabra abismar
que según el diccionario de la R.A.E. significa
1. tr. Hundir en un abismo. U. t. c. prnl.
2. tr. Confundir, abatir. U. t. c. prnl.
3. prnl. Entregarse del todo a la contemplación, al dolor, etc.
4. prnl. Am. sorprenderse (conmoverse con algo imprevisto o raro).

¿Qué por qué he elegido apadrinar esta palabra?

Por la belleza de su doble significado literal y figurado. Porque el ser humano no debería dejar de practicarla en reflexivo. Porque cuando se practica en reflexivo no hay términos medios. Porque he descubierto que en Sudamérica abismarse es lo mismo que sorprenderse. Y porque entregarse hasta el final y sorprenderse, para mí, son necesarios para vivir una vida plena.

Las palabras protegidas se publicarán aquí (aunque la web aún aparece desierta)
De momento podéis ver las que han sido propuestas/apadrinadas aquí.
Y también podéis votar.
Si no os queda claro, ellos os lo explican todo.
Os invito a todos a apadrinar vuestra palabra y a explicarnos vuestras razones en vuestros respectivos blogs...

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