CUÁNTO GANÉ, CUÁNTO PERDÍ (III)
Tu fantasma
Me he pasado parte de mi vida rodeado de fantasmas. Recuerdo antes de cumplir los veinte cómo la presencia de ese ser amado platónicamente me perseguía y yo era todo anhelos irrealizables y fantasías impensables. Me venía a la mente una y otra vez su cuerpo liso y moreno, saliendo de la piscina, o su aire de bohemio tocando la guitarra. Imágenes fáciles por las que me dejaba seducir y hasta secuestrar. Era una posesión adolescente, hija de la frustración y la convicción inconsciente de que era una absoluta utopía lo que hoy ya es realidad.
Pero el amor real llegó por fin (para bien o para mal, todo llega) y cuando menos lo esperaba reaparecieron los fantasmas, pero ahora en otra vertiente. Situar al lector en los acontecimientos que han hecho posible la llegada del fantasma no es fácil. Sería todo una suma de apreciaciones subjetivas y dolorosos recuerdos. Hoy lo siento como una amistad vivida como sólida y ahora experimentada como fuegos artificiales extinguidos, pero en su final, cayeron sobre mí las cenizas ardientes y me quemaron. La herida, cuando, más cerrada parece, vuelve a doler. El frío que acompaña la desnudez reaparece, y uno se maldice por haber compartido su intimidad, sueños y esperanzas con el ser que acabó traicionándote (aunque probablemente lo mismo piense el otro ser, así de complicada es la vida). Y como en la canción de Silvio Rodríguez (aquella que en un concierto le pidieron y él se negó a cantar, alegando que sólo lo hizo una vez, lo suficiente para que el tema cumpliera su función de catarsis) yo pruebo a asesinar tu fantasma, pero en mi caso no lo consigo, porque mañana reaparece en otra esquina, en otro recuerdo, en otro objeto.